Esta mañana, alguien muy querido, me ha recordado esta película. Solo ha dicho «ya sabes lo que me gusta soñar» y me ha venido la frase de esta película, que dice el mejor amigo del protagonista: «Soñar hace que la vida sea tolerable».
Aquí no se habla de rugby, es la escusa, no se habla de soledad, es consecuencia y no se habla únicamente de soñar, sino de superar dificultades, tener objetivos, metas y estar motivado.
A veces, no demasiadas, sentimos algo que nos ilusiona, nos emociona, nos despierta pasión y nos hace sentir intensamente. Pocas veces nos acercamos tanto a nosotros mismos como cuando sentimos pasión. Lo sentimos hacia fuera, hacía algo o alguien. Hablo de pasión y no de obsesión. La pasión es aquello que sientes que te supera, se transmite en los ojos, las palabras, los gestos… Es tan grande que resulta difícil no disfrutar escuchando a alguien que te cuente algo de forma apasionada. Esa persona, en ese momento, se está reconociendo a ella misma en su relato, la identidad es la llave de la pasión y lo que te apasiona eres tú.
Ser apasionado también puede aislarte emocionalmente ¡cuidado! Estás tú y tu pasión, que por momentos alcanzáis un estado casi místico en el que se entrelazan tu esencia y la de la pasión vivida. Como dos bailarines, dos versos que riman, ese nuevo color que surge de mezclar otros colores. Ese relato llega a quien lo escucha porque es sincero, abierto… es esencia, y como esencial, se entiende mejor. El mismo relato sin pasión, pierde su intensidad e identidad y puede ser didáctico, pero el apasionado lo hace arte aunque sea ciencia.
A Carl Sagan no le gustaba que hubiera científicos que no hablaran en público de ciencia, «cuando alguien está enamorado, quiere contárselo a todo el mundo», decía. Quizá él no era más inteligente que sus compañeros, pero era más apasionado y gracias a eso, escucharle es sentir su pasión, su emoción, su amor, es ver la esencia, y lo hace tan bien, que lo complejo podemos entenderlo, pues es «ella» la que permite que otros podamos disfrutar de algo que no podríamos abarcar. Se enamoró de la ciencia, y la entendimos.
Sagan a la ciencia y Rudy al equipo de Notre Dame. Pasiones muy diferentes pero sentidas igual.
Para entrar en el equipo, primero hay que acceder a la prestigiosa universidad. Rudy tiene pocos recursos y no es buen estudiante. Tiene pasión, pero no es suficiente. La pasión no sustituye al esfuerzo. Un sentido desencadenante hace que Rudy deje de tener miedo, de sentir que no puede… dejan de temblarle las piernas. No nos engañemos, afrontar una pasión, puede dar miedo. Él ya no lo tiene.
Afronta ese intenso sentimiento y el de ser cabezota, el mejor aliado del apasionado. Lo primero es entrar en la universidad pero con sus notas no puede.
La escena que habéis visto, y si alguien no ha visto el filme, siento este descubrimiento, es en la que recibe la intensa noticia de su admisión para estudiar en Notre Dame. No hacen falta los detalles de cómo lo consigue, era su última oportunidad de acceso, una negativa más tumbaría su sueño. No había más oportunidades, pero tuvo pasión y esfuerzo. La emoción es máxima, los sentimientos tocan techo y desbordan… está solo. Por eso la escena está rodada con un «simple» plano rodeando a Rudy. Solo los que se enamoran sienten tan intenso y solo los apasionados pueden saber qué grande puede ser ese sentimiento. Cada uno tiene el suyo. Nadie más lo entiende. Solo él. Es libre de llorar, nadie observa. Así debe ser.
Digo «así debe ser» porque estamos hablando de una película y no porque necesariamente se tenga que estar solo en la vida real. Un personaje más compartiendo plano, reaccionaría quizá dando un abrazo, y el espectador dividiría su empatía hacia Rudy y este otro personaje. David Anspaugh (director de la película) seguramente sea otro apasionado, y para hacernos entender lo máximo posible a Rudy, le deja solo, sin distracciones, sabemos que es un momento importante, lo cuenta pausado y poético. Solo el arte puede hacer que sintamos algo parecido a lo que debió sentir el verdadero Rudy. Sean Astin de diez, vestido con colores en armonía con el entorno, un precioso atardecer, una carta, la cámara se mueve suave, no hay cambio de plano, es puro… esencial… y si sumamos la música que hizo Jerry Goldsmith… podemos estar tocando con la punta del dedo la emoción original de quien trabajó durante años para ser admitido allí donde habitan sus sueños.
Puede haber quienes digan que esto es algo sentimentaloide, un artificio, una manipulación… y en cierto modo lo es. Es una película. Para que nos sintamos como Rudy necesitamos de alguien que nos haga entender… que utilice el lenguaje del cine para que lo sintamos. Claro que existen artificios chocantes, estruendosos y sin sutilezas que, en mi opinión, no causan el mismo efecto. Quizá te hacen sentir algo momentáneamente, pero se olvida fácil. No te acuerdas de ello años después de haberlo visto con una simple frase de alguien querido como ha sido este caso y, si lo fuera, si se tratara de algo artificial, lo conviertes en real al darte cuenta de haber entendido un sentimiento que antes no tenías y mantienes en el tiempo. Quizá todos seamos manipulables, quizá sobre el quizá, pues al sentarnos a ver una película ya estamos predispuestos a ser engañados. No vemos a los actores interpretando sino al personaje sintiendo, y puestos a ser engañados, cuando se puede, me gusta elegir a mis «engañadores», dando paso así a quienes con su «engaño» me hace entender mejor la ciencia. Gracias Carl, Stephen, Brian, Albert… A quien me emociona al leer. Gracias Gustavo, Michael, Oscar, Mary… Con su música. Ludwig, Rachel, Jerry, John, Ennio… y algún otro Jerry… Y el cine ¡Ay el cine!… Akira, John, Willy, Victor, Luis, Steven, Martin…
Y en la vida, mis cartas… me lo guardo para mi, porque los que sois lo sabéis, los que se han ido, han sido, los que se acercan, algunos serán… y ella, siempre será ella.
Cómo siempre CHAPÓ
La pasión siempre me hace grandes las pequeñas cosas