Abordamos otro pedacito de CINE. Se va notando el arte al que más nos gusta acercarnos y es este que lleva el 7 a la espalda. Pues vamos con esta obra que nos emociona a 24 fotogramas por segundo.
Vamos a sumergirnos en el océano de la admiración y para entenderla en su plenitud, iremos de la mano, perdón, de la aleta del pequeño Nemo. Tocaremos sus escamas para entrar en su mirada, después en su sensibilidad y si prestamos atención, notaremos hasta como se acelera su corazón junto al nuestro. La mirada de un niño hacia su padre. El reconocimiento, el entusiasmo y ahí está la admiración sentida desde la pureza del personaje. Nuestro protagonista, nuestro niño, ese que nos puede hacer creer que solo con edades reducidas podemos sentir con esta intensidad, y sería un error. De hecho acabamos de sentir como él. Nemo es un niño, sí. Pero un niño que pertenece a una historia ideada, pensada, meditada, planificada, coordinada y ejecutada por adultos. Adultos que consiguen sentir como si tuvieran menos de 12 años. Que elaboran un texto, lo elevan con imágenes y le suman música para que veamos y sintamos a ese niño, el que ellos han sacado a pasear el tiempo necesario para que al verlo en la pantalla, no seamos conscientes del texto, imágenes y música, y solo sintamos al niño. Ese que ellos fueron y nos facilita encontrar al que fuimos.
Alguien a quien admiro me dijo hace pocos días, que cuando admiras, algo llevas. Entendí de sus palabras que si algo te llega al corazón de tal forma, eso que crees inalcanzable, eso que te hace sentir pequeño a su lado, en realidad es algo que ya está dentro de ti. Quizá menos grande, quizá más modesto o quizá únicamente una semillita. Pero lo tienes. Comprendí que no solo admiramos aquello que nos gustaría ser, sino aquello que de alguna manera ya somos. Lección maravillosa cuyo ejemplo podemos ver en esta escena, pues pone de relieve lo evidente y que no siempre vemos, y es que que el niño admira lo que lleva de su padre.
En el momento en que el pelícano comienza a contarle las aventuras y desventuras que Marlin está viviendo por reencontrarse con él, sus ojos se abren cada vez más, la sonrisa aparece en su rostro y la admiración nace. Nemo ya no ve al simpático pelícano. Nemo está viendo a su padre inmerso en su hazaña por estar juntos. Lo que siente es tan intenso que las palabras van perdiendo valor. La emoción es ahora tan grande que hay que expresarla de otra forma. Es en este instante que la música aparece, crece y nos toma la mano para llevarnos a la admiración de Nemo. No podía ser más bonito. No podía ser de otra forma. De nuevo las imágenes y la música nos llevan a sentir, a empatizar, a vivir y estar en esa pecera mirando un sentimiento en forma de pelícano.
Tus sentimientos hablan de ti. No siempre los podemos dominar aunque conviene aprender a hacerlo y pueden no ser agradables, pero siempre hablan de nosotros. De quiénes somos en ese momento y de lo que llevamos dentro. Nuestra mochila emocional se llena de ellos y esto termina por salir fuera en forma de palabras, de gestos o de actos que nos hacen ser quienes somos. El contenido será de lo más variado y habrá momentos en los que la alegría pueda quedar muy en el fondo, sin embargo, es nuestra mochila y solo tenemos una. No es infinita y no cabe todo, si la llenas de sentimientos positivos como este de admiración, si consigues tener multitud de ellos en cantidad y variedad, si dejas poco espacio a los negativos, recuerda que ella eres tú mismo. Como ya hemos dicho, la admiración implica reconocimiento y valor a la vez que nos motiva y estimula. Nemo se reencontró con su padre porque su admiración le dio coraje para poder salir de la pecera y volver al mar. La historia de estos dos pececillos es admirable desde ambas perspectivas. Los dos tienen motivos para sentirlo. Los dos son responsables de su reencuentro y los dos son una muestra de que si admiras, algo llevas.
Como te admiro y te quiero!!
Por muy grande que sea el mar más grande son los brazos de un padre y un hijo que algo llevan.
Algo debemos llevar, sí. Yo también te quiero, papá. Mucho.