Desenfadado, ameno, divertido y breve.
Sin profundizar para no abrumar y escrito de forma eficiente, clara, funcional y de tú a tú; el doctor en matemáticas Eduardo Sáenz de Cabezón nos cura las heridas que los números nos hayan podido causar. Es más, genera interés y dan ganas de ponerte a resolver alguno de los siete problemas del milenio. Después, al cerrar el libro, vuelves al mundo real en el que has olvidado cómo hacer integrales y se te pasa. Sin embargo, que Eduardo genere esas ganas, tiene mucho mérito.
Desde los números primos que utiliza el libro como contador de páginas, pasando por como Google encuentra lo más relevante, estafas electorales que utilizaron matemáticas para demostrarlas, el cero, el infinito (hay unos más grandes que otros, flipa con eso), teoremas, conjeturas… en fin, amor. Amor por los números.
No debió ser fácil para el autor no llegar más allá, no explicar más, no dar el razonamiento completo y saber mantenerse en la explicación sencilla. Como si estuviéramos tomando un café con él, en confianza e informal pero sin fruslerías, se destapa, para quien no lo sabe, que las matemáticas tienen algo de ciencia, de filosofía y de arte.
Me quedo especialmente con el pasaje titulado «Pitágoras, Fermat y Wiles: tres hombres y un destino». Si quieres saber más, léelo, descubrirás que lo importante de un problema no es resolverlo, sino intentarlo. Que la solución es el final del camino y es de reconocimiento, jovialidad y celebración, y sin embargo, durante los siglos que se tardó en resolver, y, gracias al empeño de muchas personas que lo intentaron, se descubrieron tantas y tantas cosas que no se buscaban, que la serendipia se convierte en el máximo valor. Mayor incluso, como se ha dicho, que la solución.
El camino recorrido es un valor que no conoces hasta que lo transitas.
Por último os dejo una referencia cinematográfica que aparece en el libro. Se trata de la película «Un don excepcional» de Marc Webb. Filme como el libro, entretenido y precioso. La relación paternalista de un hombre con su sobrina que es un genio de las mates y una niña. Sobre todo una niña. Matemáticas, humor, un cole «cutre», custodias y otros intereses hacen de ella una experiencia que mi hija y yo supimos disfrutar.