Si un niño de ocho años tuviera la cultura, lecturas, experiencia, imaginación, y —como dice el autor—, la mirada de Arturo Pérez-Reverte, seguro que nos gustaría estar en su cabeza escuchando las historias que se cuenta a sí mismo en soledad de forma silenciosa cuando desarrolla juegos que le entretienen, divierten y apasionan.
La isla de la mujer dormida es estar en la mente de ese niño durante una tarde lluviosa, sin poder salir a la calle, y con esa mirada de uno de setenta.
Una aventura en el mar, con barcos, diversas islas con recovecos para esconderse, una Loba, ataques sorpresa, espías… una historia en la alfombra haciendo de mar Egeo, murmurando los diálogos y muchas letras jota para las explosiones que apartan del mundo real para vivir en la imaginación hasta la emoción.
El autor viaja para conocer lugares, coge en sus manos armas para saber el peso y otros detalles que después cuenta, se lo pasa bien y ha vivido experiencias que mezcladas con imaginación disfruta de contar (eso creo) y muchos de leer (eso lo sé). Ninguna historia vale más que la pasión que se pone al contarla, y, de eso, nadie sabe más que un niño jugando en la alfombra de casa.
Esa es la sensación que he tenido al leer esta novela. Muy entretenida, estructurada y con alguna escena profunda y cargada de sentido. Aquellas historias que éramos capaces de imaginar y que con el tiempo perdemos. Muy cinematográfica, funciona para que pases una página y otra y otra más.
Con esto no quiero decir que sea una novela juvenil (que también) o poco madura, al contrario. La madurez está; siendo el personaje derrotado y complejo de Lena el que mejor lo manifiesta.
Si de niños pudiéramos hacer un viaje de toda una vida para traernos a los ocho años la capacidad de comprender algunas situaciones y emociones, o entender algunas ideas como la ausencia de buenos y malos, o el uso de la sensualidad como venganza y ganas de sentirse viva; sin duda que, si mi amigo echa unos barcos de plástico a la alfombra y, ese amigo, es Pérez-Reverte; yo —tenga la edad que tenga— me tiro sin dudarlo al suelo a escuchar y compartir el juego que con seguridad terminará siendo una tarde lluviosa inolvidable.