El pensamiento más recurrente que he tenido al leer este ensayo es: a este hombre se lo cargan.
«La trinchera de letras» es una lectura fluida, amena, libre y breve. Resulta sencilla, cercana y de comprensión clara; en ocasiones tanto, que parece evidente; pero no nos engañemos, la evidencia no lo es tanto cuando estamos inmersos en corrientes ideológicas de unos y otros 24/7. Es en este punto que se necesita de plumas afiladas, claras e inteligentes que parecen no haber caído en la seducción —o la fuerza— de alguna marea. Y Juan Soto Ivars, a día de hoy, lo es. Habrá quién diga que ha caído en todas. Pues también vale.
Un ejemplo que está en el propio título sería la distinción entre cultura y conocimiento. Si bien la palabra cultura tiene muchos ámbitos aplicables, aquí se refiere a lo que se entiende como batalla cultural; es decir, el mundo de la literatura, el cine, el periodismo, las redes sociales o la televisión como medio para transmitir ideas. La cultura incluye sesgos; el conocimiento, no.
Hay libros, películas o series que pretenden contar una historia de la mejor forma posible. Algunas buscan hacernos pensar o enviarnos un mensaje cuanto menos sesgado y más universal, mejor. Otras parecen tener un contrato con alguna ideología y se convierten en propaganda de todo un cúmulo de mensajes moralistas o identitarios. Ojo, en ambos casos pueden resultar incluso buenas, alguna hay también en las segundas y mayor cantidad en las primeras.
En esta batalla cultural que estamos viviendo, el mayor peligro es la pérdida de conocimiento. Ese que los de un extremo y el otro no quieren que tengas. Callar, aislar, humillar o ridiculizar al que puede decir algo que no vaya alineado con tu relato.
Hay párrafos que he vivido en primera persona, luego el libro no miente por lo menos en un caso. La fidelidad de sus palabras a los hechos que experimenté, asusta. De manual. Juan Soto Ivars, lo cuenta en los capítulos titulados «De creyentes y herejes», «De hombres y mujeres» y «De legalistas y populistas». Lidié con epígonas de una líder instalada en el feminismo hegemónico radical, envidiosa, manipuladora y sutil con apariencia de moderada, ¡menudo personaje de novela! No solo atrapó por debilidad a quien me concernía y esta se dejó seducir, sino que lo extendió de forma que yo no sabía lo que estaba pasado si no fuera porque el hermetismo al que aspiraban es imposible. ¡Es como el Raid! Contagia a una y esa a las demás utilizando un victimismo infantil y furia si contradices o cuestionas algo del relato. Todo queda muy bien explicado en este libro. Por suerte siempre alguna se escapa de los efectos «Raid», y, el autor, en su liga, también es un ejemplo de ello y lo que supone no concordar con lo establecido.
Hay una habilidad especial que Juan dispone para manifestar una relación antagónica entre conceptos. Cultura-conocimiento, es uno; pero igual de interesante resulta: ironía-literalidad, o, tabú-libertad.
Este libro es tan fácil de leer como complejo de escribir. Para mí lo sería. Más aún de pensar porque traspasa líneas ideológicas sin perder el respeto. He leído otras que, por mi sesgo de confirmación, he disfrutado; pero esta me ha encantado porque soy amante de las conversaciones argumentadas entre desiguales. Leerás que hay inteligencia también en el lado ideológico opuesto. Que no quienes piensan diferente son siempre gilip… personas poco agraciadas mentalmente. Y esto debería hacernos reflexionar.
Saco en conclusión que el conocimiento nos lleva a poder entendernos, que el diálogo entre opuestos es posible cuando hay inteligencia, del peligro acuciante porque lo identitario está ya en las instituciones españolas y en expansión, y lo esencial que es identificar al activista con doble rasero que criminaliza cuando es de los otros y alaba cuando, el mismo hecho, lo comenten en su cuerda.
Por último, añado la necesidad de estar atentos a esa cultura que induce al identitarismo porque lo identitario ideologiza, y la ideología sesga de forma tan poderosa que he visto varias inteligencias prisioneras de ella. Personas lúcidas que aparentan no serlo cuando su ideología les toma la palabra. Si quien siembra cultura recogiera conocimiento, por exigencia del público, necesariamente tendríamos mejor cine, literatura, periodismo o televisión. Mejor crear cultura desde el conocimiento, que por suerte, también existe.