Que ningún crítico de arte se enfade. No soy experto en pintura y ruego me disculpen si cometo algún error de análisis, pero la norma del blog dice que hablemos de lo que sentimos y de eso hablaré. De la impresión que me llevé al ver este inmenso cuadro en el Museo del Prado.
Lucha de san Jorge y el dragón de Pedro Pablo Rubens… ahí es na.
Cogemos aire y allá vamos:
Lo primero que deja con la boca abierta es su espectacularidad. Es enorme. Es una obra de más de tres metros de alto con una fuerza que te encoge. Sientes la templanza y la garra del guerrero. Sientes que estás sumiso, vencido, embelesado por su poder. Sientes que eres el dragón. Este cuadro te vence.
Así te atrapa. Así consigue que seas de él. Le perteneces el tiempo que lo miras y no quieres dejar de mirar, pues después de atraparte por su fortaleza, lo hace por su belleza. Su puesta en escena, su composición, su dinamismo estático, sus colores, su cielo, el plumaje del casco y el pelaje del caballo. Después de sentirnos como el dragón, comenzamos a vernos como san Jorge. Poderosos. Somos valientes, aguerridos, fuertes y nobles. Somos el bien derrotando al mal justo en el instante de hacerlo. Galopamos por la serenidad de la victoria en uno de los caballos más hermosos que hayamos visto. Derrotando al dragón hemos salvado a todo un pueblo y los primeros en sentirse vivos son la hija del Rey y la oveja que iban a ser devorados. Ya no lo serán. Volverán a su vida. Seguirán respirando. Nos sentimos bien. Somos su belleza.
Las pinceladas que tiene esta obra de arte, propias de su autor, realzan la realidad más allá de sí misma. La escena real, dudo que pudiera hacernos sentir toda la intensidad que transmite este lienzo. Es un cuento, una escena de fantasía que parece real como la vida misma porque su realidad está por encima de la nuestra. Su pulso es enorme. Pasamos de sentir como el dragón a ser el héroe porque el pincel nos lleva por ese camino. Déjate llevar y aprecia cada detalle. En un cuadro como este de más de tres metros es imposible que los veas todos. No es necesario verlos. No hay que saturarse ni obsesionarse, solo hay que disfrutarlo. Sentirlo. Formar parte de él.
Cuando la obra de un genio te atrapa, eres genio por un momento.