Para esta entrada es necesario ver estos dos fragmentos de la película Interstellar.
Y ahora que nos hemos puesto en contexto vamos a mirar el cielo, contemplar las estrellas, respirar hondo y ver que en el espacio regido por las leyes de la física, estas quizá descubran, que lo que perciben nuestros ojos no es más que un enorme poema del que la ciencia está enamorada.
Esta película juega con algunas de las teorías más ambiciosas y complejas de la física, y nos relata en mitad de ello, la historia de un padre y su hija como principales protagonistas y de como un personaje dinámico como Cooper, el padre, evoluciona del escepticismo y rigidez de sus conocimientos a la comprensión y belleza de sus sentimientos.
Vamos pues, de la mano de Christopher Nolan a la extensión del conocimiento humano en el que a la gravedad, electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la débil, hay que sumarle otra fuerza esencial que marca el comportamiento de todas las leyes. El amor.
¿Y por qué no? Esta película es ficción, ciencia ficción, pero también lo era «De la Tierra a la Luna» de Julio Verne…
El amor es observable y poderoso. El amor es lo único que podemos percibir que trasciende las dimensiones del tiempo y el espacio. Dice Brand. El amor es la clave, termina diciendo Cooper, en un reconocimiento de que antes estaba equivocado y que su amor por Murph, por su hija, le permitirá trascender esas dimensiones espacio-temporales que harán que su hija sienta la cercanía de su padre estando a millones de años luz de distancia.
Intentar comprender el funcionamiento de las leyes del universo está al alcance de muy pocos. Aquellos que desarrollan las últimas teorías y que intentan unificar las ahora vigentes, son, casi con certeza, las personas más inteligentes que pueda haber, o al menos las más capacitadas para asimilar conceptos de una complejidad incomprensible para casi todos nosotros. Son listos, los más listos. Unos cuantos «Sheldon» reales que no consiguen unir la relatividad con la mecánica cuántica. Que no encuentran la forma de que estas teorías se pongan de acuerdo, que dejen de darse la espalda, que hablen el mismo lenguaje… que se quieran… Claramente les falta introducir el amor entre ellas. Todo parece tener sentido.
¿Y si fuera así? ¿Y si en el universo en lugar de haber cuatro fuerzas fueran cinco? ¿Y si para entender el universo es necesaria la más maravillosa de las mentes científicas y el corazón más noble que haya en un poeta? ¿Existirá alguien así? ¿Habrá que llamarle «poetífico»? Un «Einstein» capaz de emocionarnos con sus fórmulas a la vez que un «Bequer» con el que comprender un átomo con sus versos. Increible.
¿De verdad es tan increíble? ¿No puede pasar? A todos nos mueve el amor muchas veces. Cuando miramos las estrellas, habrá quién las mire porque se emocione ante la inmensidad del espacio y habrá quién las mire para intentar saber más sobre ellas, es decir, uno lo hará por amor a la emoción y el otro por amor al conocimiento, finalidades diferentes con un camino común.
Si miramos a otro ser humano, podemos ver en sus ojos el órgano que recoge la luz y la transforma en impulsos eléctricos que llegan al cerebro… Y también podemos ver su mirada, su expresión, su emoción y sensaciones. Podemos ver lo que es o podemos intentar conocer quién es. Lo mismo con el universo. Podemos mirar las estrellas y ver reacciones nucleares que ocurrieron hace decenas, cientos o miles de años, o quién sabe, quizá sea una forma de entender lo grande que puede ser el amor que este padre siente por su hija, porque si cuando alzo la mirada en una noche despejada, percibo la grandeza, la incomprensión, la belleza, las ganas de saber y el deseo de ser capaz de comprender, no es menos cierto que cuando bajo la mirada, me agacho y me pongo frente a los ojos de mi hija, en ese momento también siento la grandeza, la incomprensión, la belleza y las ganas de saber y comprender que ese vínculo con ella pueda ser el mismo que el universo tenga con todos nosotros. Que estamos entre lo muy grande y lo muy pequeño, que quizá el amor que llevamos es lo que podrá unir a ambos, que esa quinta fuerza es la que nos hacer percibir belleza, ver un poema en una mirada, y quién sabe, si nadie es capaz de hacerse una idea de la magnitud del universo, si nadie puede abarcar una estrella o ponerle un número al sentimiento de un abrazo, es posible que seamos un conjunto de reacciones químicas que tienen como resultado un organismo altamente organizado, o también que cada persona, pueda ser la estrella de alguien, la motivación, las ganas, el reencuentro consigo mismo o, por qué no, podemos ser un recuerdo que sobrevenga cuando alguien mire el cielo, convirtiéndonos así, a cada uno de nosotros, en un verso en el universo.
Para explicar, desentrañar y etiquetar el comportamiento del universo en el que vivimos, aún no es suficiente con una mente humana brillante, pero para disfrutar y enriquecer esta realidad, con la más simple de las mentes, humana o no, es sobradamente suficiente. Disfruta de tu tiempo, tu espacio, los seres que te queremos y olvida intentar comprenderlo.
Un comentario magnífico y maravilloso desde el «agustamiento». Me gusta entender pero es cierto que no podemos dejar de disfrutar si no lo hacemos. Podemos dejar pasar un momento extraordinario si por intentar entenderlo, restamos atención a mismo momento.
Gran consejo, compañera.