Volando en bicicleta

E. T. El extraterrestre (1982) de Steven Spielberg

Este momento tenía que llegar y no ha tardado demasiado. Si tuviera que quedarme solo con una escena de alguna película. Si un diablillo maléfico dijera: «Voy a borrar todo el CINE y solo puede quedar una escena». Si semejante catástrofe llegara a plantearse y me preguntaran a mi… no sabría qué escena elegir, pero ésta tendría muchas muchas candidaturas. Me refiero, ya lo sabéis, al fragmento de CINE recordado por casi todo el mundo en el que Elliot vuela por primera vez en bicicleta ¡Wow!

Venga, vamos a dar un paseo sin que las ruedas toquen el suelo. Vamos a asustarnos, a sentir la gravedad, a temer un mal desenlace para después confiar, emocionarnos, reír y sentir que todo es posible ¡podemos volar en bicicleta! Y si no lo has sentido, si no lo crees o si piensas que solo es una película, es que has olvidado como dejarte atrapar por la magia, sorprenderte y mantener una parte del niño que habita en tu corazón. Ese niño eres tú. Ojo, no he dicho «has sido» he dicho «eres». Va contigo y aunque tengas cuarenta años, si le miras y lo sientes de verdad… Si dejas que ponga su mirada en tus ojos y sus emociones en tu mente en los momentos apropiados, creerás, imaginarás, vivirás, experimentarás y volarás en bicicleta.

Siempre que veo esta escena, me siento como Elliot. Tengo frío, miedo, me siento inseguro y estoy cansado. Y entonces ocurre. Un empujón mueve mi bici más rápido que dando pedaladas. Me cuesta mantener el manillar recto y cuando lo consigo ¡vamos demasiado deprisa hacia el precipicio! Sin poder parar ni frenar. Vamos de frente al abismo y caemos. Con los ojos cerrados, sacando zumo de los frenos y sintiendo todo nuestro peso, alguien tira de nosotros hacia arriba. De repente flotamos y empezamos a ascender ¡¿Cómo pude ser?!

Abrimos los ojos. El suelo se aleja y nos adentramos en el bosque oscuro. La noche acecha, sin embargo, una extraña sensación de calma inicia su recorrido desde el estómago. Miramos a nuestro alrededor a la vez que avanzamos y rogamos no subir más alto, pero subimos. La calma ya va por el pecho y una luz, sumado a nuestras pupilas dilatadas, deja ver con claridad el bosque. Es La Luna. El satélite de los enamorados que marca el camino. Es maravilloso. Disfrutamos de estar viviendo algo increíble y pasamos por delante de ella dando la impresión de poder tocarla estirando la mano mientras su «flama» asciende por encima de las copas de los árboles. La calma ha encontrado el entusiasmo en su camino y han llegado al centro del sistema nervioso ¡Estamos volando de verdad! ¡Vaya que sí! Es imposible no reír y reímos. Somos infinitos. Somos capaces de todo. El cielo es para nosotros y deseamos que el tiempo fuera ahora infinito también.

Eso no puede ser e iniciamos el descenso, más acelerado de lo que nos gustaría. Demasiado y terminamos chocando y cayendo. Bueno, nos levantamos. Lo que acaba de ocurrir es lo más grande que nunca nos ha pasado. No tenemos claro cómo ha sido ni si podremos repetirlo, pues sabemos que solos no somos capaces. Pero quién sabe… quizá la próxima vez que sintamos frío, miedo, inseguridad y cansancio, sepamos abrir los ojos para que ocurra algo que nos haga volar con entusiasmo.

4 comentarios en «Volando en bicicleta»

  1. Hola . No te quepa la menor duda de que tu serás uno de los pocos que sepas abrir los ojos y ocurrirá algo que te volverá hacer volar con todo el entusiasmo

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    • Nunca llegaremos a las estrellas, sin embrago, se trata de disfrutar del camino, luego aunque no siempre las veamos o la rampa sea muy pronunciada, seguiremos pedaleando hacia ellas.

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